divendres, 6 de juny del 2014

EL GANSÓ QUE SE ECHÓ A VOLAR

EL GANSO QUE SE ECHÓ A VOLAR
Daniel Fuentes Sánchez



“Vas a asar a un ganso, pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás asar”
Jan Hus


Constanza, Sacro Imperio Romano Germánico (Actual Alemania)
Concilio de Constanza, 1415

-          Así pues, señorías –Jan Hus, sacerdote y rector de la Universidad de Praga finalizaba su discurso-, y ante la potestad que me ha permitido participar en este concilio, gracias al legítimo emperador Segismundo, me atrevo a recomendar –vaciló-, más aun, exigir a los más altos representantes de la Iglesia, aquí encabezados por Juan XXIII –esto hacía referencia explícita a la lucha de poder que se había desatado en el proceso llamado Cisma de Occidente, donde coincidieron tres papas como legítimos sucederos de san Pedro-, la revocación del poder de la Santa Madre Iglesia, siendo así la única manera de respetar las Santas Escrituras. Siendo así, la única manera de devolver la pobreza que nunca debimos abandonar los que nos llamamos seguidores de Cristo. –concluyó.

Jan Hus se sentó sereno, aun sabiendo las duras críticas que le esperaban. De hecho, algunos asistentes a la sala, que miraculosamente habían respetado toda su intervención, empezaron a vociferar ‘hereje’, mientras perdían la compostura espiritual que les debía caracterizar.  Carraspeó un poco, lo que pareció incomodar a obispo de su lado. Aun así, el primero que habló fue el papa Juan XXIII, apodado por muchos como el antipapa, quién habló primero.

-          Señor, por favor. ¿Está acusando a esta Santísima Institución de no respetar las Santas Escrituras? Sabe que esto se acerca a la herejía, y que le podríamos condenar como tal. Espero que se retracte de su discurso. –y se sentó sin ningún otro argumento y ni siquiera levantar la voz.
-          ¿No estamos aquí para discutir sobre el devenir de esta Institución? –cuestionó pasional Jan, sin levantarse de su puesto- ¡Pues hagámoslo! El señor, en su infinita sabiduría nació, vivió y murió en la pobreza. ¡Echó a los mercaderes del Templo! ¿Y en que hemos convertido a la Curia? En negocio, en lujo… Mientras predicamos al pueblo castidad, pobreza y sacrificio, ¡en el Vaticano se violan los siete pecados capitales a diario! Es bien sabido, Excelencia, de su reiteradas violaciones, y más de un rumor sobre asesinatos revolotean a su alrededor…
-          ¡Proclama al pueblo la desobediencia a la Iglesia! –se indignó iracundo el papa. No era la primera vez que un interpelado le acusaba de violación, asesinato, incesto o sodomía. Se sentía harto que la recordaran sus pecados. Él había instaurado esta reunión con el fin de proclamarse legítimo papa, mas la audiencia parecía lejana a sus pretensiones, restregándole constantemente sus debilidades. Así pues, intentó desviar esas acusaciones una vez más- ¡Esto es el pecado más grande que uno puede cometer!
-          Señores –intervino el emperador- es bien sabido de las debilidades de nuestra santidad, pero este no es el motivo de este concilio. Y haciendo petición a sus reclamaciones, señor Hans, debo decirle que se aleja de la misión del sacerdote incitar a la desobediencia civil. Y más aún, cuestionar el poder que le sustenta.
-          Es deber, -intervino otra cardenal, en soporte al emperador- no un lujo, de los sirvientes de Dios velar por el poder de esta sagrada Institución. ¿Quiere desmoralizar esta sociedad? ¿Qué pretende? ¿Derrotar el poder de Cristo? ¿Quiere crear herejes?
-          Cristo no tenía ningún poder, convenció desde la humildad, señor. Lo mismo exijo para esta Institución.
-          ¡Está usted menospreciando la muerte de los mártires! –volvió a la carga el mismo cardenal.
-          ¿Pues no decía Francisco de Asís: “Conozco a Cristo pobre y crucificado, y con esto me basta”? –contestó enérgico Hus.
-          Está usted manipulando las palabras de un sabio y las está usando para su perverso fin. ¡Qué Dios le perdone! Está usted negando la autoridad de la Iglesia, legítima representante de Dios en la Tierra, siendo usted sacerdote. Anima a las gentes a desobedecer nuestros mandatos, clama contra las indulgencias, como método del perdón…
-          ¿Es que solo los ricos merecen el perdón? ¿No somos todos pecadores? –le interrumpió Jan al papa- ¿Y no es la Curia quién engaña a los fieles, con decir diferente a su hacer? 
-          ¡Pero como se atreve! –se levantó iracundo Juan XXIII, señalándolo con el dedo.- Una cosa es que acepte que la Iglesia hay pecadores, como este humilde servidor –dijo, irónicamente, con la dignidad de un santo- ¡a otra que acuse a la Iglesia de mentir!

Tras la disputa se produjo un silencio sepulcral en la sala. Todos los presentes, altos cargos de la Iglesia o la nobleza, meditaban las palabras de uno y otro bando. La Curia aceptaba que había pecadores en su seno, comenzando por el mismo papa que presidía la sala. Pero de ahí a desautorizarlos como emisarios de Dios, queriéndoles quitar el poder que les pertenecía, había un trecho insalvable. Esto hacía que ninguno se podría alinear con Jan Hus, que clamaba a favor de la pobreza y vida espiritual, en contrapartida al poder y riquezas que la Iglesia poseía. Así que el clamor no podía ser otro:
-          ¡Hereje! –gritaron des del fondo de la sala. Poco a poco, muchos otros se le unieron -¡Hereje! ¡Quémenlo! –y esto hizo asentir al papa. El rey Segismundo remiró a la audiencia, cada vez más embravecida. Al final, les hizo callar y habló:
-          Señor Jan Hus, yo mismo le invité a este concilio para que explicase a esta audiencia sus postulados sobre la pobreza de los súbditos de Dios –Hus negó con la cabeza-, pero no puedo tolerar que cuestione la autoridad de la Iglesia, la representante de Dios en la Tierra. Y más aún, la desapropiación que dicho poder conlleva. –Juan XXIII asintió–  Le pido por favor que se retracte enseguida de sus acusaciones. -Jan Hus se levantó y solemne dijo:
-          Jamás. La vida cristiana exige pobreza en todos los sentidos, ante las riquezas y el poder que acumulan nuestros representantes, que se ahogan en el vicio. La Curia no es más que una lucha de poder estúpida de familias poderosas con ansias de más poder. Lo estamos viendo en este cisma. ¿Dónde queda la espiritualidad de la Iglesia? –preguntó a la audiencia, ofreciendo su última mirada al papa- Mi mensaje es simple, por mucho que los consideren herético: desposesión de poder y riquezas. Si invito a mis parroquianos a la desobediencia, ¡es para acercarlos al reino de Dios! –gritó con vehemencia el teólogo y rector de la Universidad de Praga, haciendo alarde de su ideología milenarista y que posteriormente se acercaría a la taborita, que también se consideraría hereje. Prosiguió - ¿Qué les asusta de mi discurso, señores, para considerarlo herético? -Un rumor iba ensordeciendo su discurso.  -¿Les asusta perder su poder, señores? ¿Les asusta vivir como cristianos, señores cardenales? ¿Qué les hace diferentes al resto de los cristianos para mantener sus privilegios a su favor? ¿Acaso no todos somos hijos de un mismo padre? ¿Acaso fue todo el maná para Moisés? ¿O para todo el pueblo? ¿Acaso no fue el pan y el vino repartido igualmente para todos los discípulos? Vuelvo a reiterarme, emperador.  Exijo la desposesión del poder y las riquezas de la Iglesia, en pro del pueblo que sufre. Nos podemos permitir más corrupción y vicio, mientras la gente casta y humilde se muera de hambre. –y le dirigió una mirada iracunda a Juan XXIII.
-          ¡Hereje! – volvió a vociferar la audiencia. Incluso había gente que iba más lejos:- ¡Anticristo! ¡Hereje! ¡Quémenlo!
-          Si prosigue con su discurso herético, tendré que condenarlo a la hoguera… No podré consentir que manipule el pueblo para sus perversos fines y mucho menos que acuse a la Iglesia de causar sufrimiento… –habló el emperador cabizbajo.  



El seis de junio de ese mismo año, Jan Hus quemó, como el mismo dijo, como un ganso. Entre sus discípulos, que se hallaban presentes en su martirio, destacaron los que más tarde pertenecerían a la comunidad taborita. Esta comunidad, como Jan Hus hizo en el concilio de Constanza, proclamaba la pobreza de la Iglesia y la desobediencia civil de los campesinos. Además, con un profundo sentimiento milenarista, proclamó el advenimiento del milenio donde ya jamás habría ni criados ni amos.