EL GANSO QUE SE ECHÓ A VOLAR
Daniel Fuentes Sánchez
“Vas a asar a un ganso, pero dentro de
un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás asar”
Jan Hus
Constanza,
Sacro Imperio Romano Germánico (Actual Alemania)
Concilio
de Constanza, 1415
-
Así pues, señorías –Jan Hus, sacerdote y rector de la
Universidad de Praga finalizaba su discurso-, y ante la potestad que me ha
permitido participar en este concilio, gracias al legítimo emperador
Segismundo, me atrevo a recomendar –vaciló-, más aun, exigir a los más altos
representantes de la Iglesia, aquí encabezados por Juan XXIII –esto hacía
referencia explícita a la lucha de poder que se había desatado en el proceso
llamado Cisma de Occidente, donde coincidieron tres papas como legítimos
sucederos de san Pedro-, la revocación del poder de la Santa Madre Iglesia,
siendo así la única manera de respetar las Santas Escrituras. Siendo así, la
única manera de devolver la pobreza que nunca debimos abandonar los que nos
llamamos seguidores de Cristo. –concluyó.
Jan
Hus se sentó sereno, aun sabiendo las duras críticas que le esperaban. De
hecho, algunos asistentes a la sala, que miraculosamente habían respetado toda
su intervención, empezaron a vociferar ‘hereje’, mientras perdían la compostura
espiritual que les debía caracterizar.
Carraspeó un poco, lo que pareció incomodar a obispo de su lado. Aun
así, el primero que habló fue el papa Juan XXIII, apodado por muchos como el
antipapa, quién habló primero.
-
Señor,
por favor. ¿Está acusando a esta Santísima Institución de no respetar las
Santas Escrituras? Sabe que esto se acerca a la herejía, y que le podríamos
condenar como tal. Espero que se retracte de su discurso. –y se sentó sin
ningún otro argumento y ni siquiera levantar la voz.
-
¿No
estamos aquí para discutir sobre el devenir de esta Institución? –cuestionó
pasional Jan, sin levantarse de su puesto- ¡Pues hagámoslo! El señor, en su
infinita sabiduría nació, vivió y murió en la pobreza. ¡Echó a los mercaderes
del Templo! ¿Y en que hemos convertido a la Curia? En negocio, en lujo…
Mientras predicamos al pueblo castidad, pobreza y sacrificio, ¡en el Vaticano
se violan los siete pecados capitales a diario! Es bien sabido, Excelencia, de
su reiteradas violaciones, y más de un rumor sobre asesinatos revolotean a su alrededor…
-
¡Proclama
al pueblo la desobediencia a la Iglesia! –se indignó iracundo el papa. No era
la primera vez que un interpelado le acusaba de violación, asesinato, incesto o
sodomía. Se sentía harto que la recordaran sus pecados. Él había instaurado esta
reunión con el fin de proclamarse legítimo papa, mas la audiencia parecía
lejana a sus pretensiones, restregándole constantemente sus debilidades. Así
pues, intentó desviar esas acusaciones una vez más- ¡Esto es el pecado más
grande que uno puede cometer!
-
Señores
–intervino el emperador- es bien sabido de las debilidades de nuestra santidad,
pero este no es el motivo de este concilio. Y haciendo petición a sus
reclamaciones, señor Hans, debo decirle que se aleja de la misión del sacerdote
incitar a la desobediencia civil. Y más aún, cuestionar el poder que le
sustenta.
-
Es deber,
-intervino otra cardenal, en soporte al emperador- no un lujo, de los
sirvientes de Dios velar por el poder de esta sagrada Institución. ¿Quiere
desmoralizar esta sociedad? ¿Qué pretende? ¿Derrotar el poder de Cristo?
¿Quiere crear herejes?
-
Cristo no
tenía ningún poder, convenció desde la humildad, señor. Lo mismo exijo para
esta Institución.
-
¡Está
usted menospreciando la muerte de los mártires! –volvió a la carga el mismo
cardenal.
-
¿Pues no
decía Francisco de Asís: “Conozco a Cristo pobre y crucificado, y con esto me
basta”? –contestó enérgico Hus.
-
Está
usted manipulando las palabras de un sabio y las está usando para su perverso
fin. ¡Qué Dios le perdone! Está usted negando la autoridad de la Iglesia,
legítima representante de Dios en la Tierra, siendo usted sacerdote. Anima a
las gentes a desobedecer nuestros mandatos, clama contra las indulgencias, como
método del perdón…
-
¿Es que
solo los ricos merecen el perdón? ¿No somos todos pecadores? –le interrumpió
Jan al papa- ¿Y no es la Curia quién engaña a los fieles, con decir diferente a
su hacer?
-
¡Pero
como se atreve! –se levantó iracundo Juan XXIII, señalándolo con el dedo.- Una
cosa es que acepte que la Iglesia hay pecadores, como este humilde servidor
–dijo, irónicamente, con la dignidad de un santo- ¡a otra que acuse a la
Iglesia de mentir!
Tras
la disputa se produjo un silencio sepulcral en la sala. Todos los presentes,
altos cargos de la Iglesia o la nobleza, meditaban las palabras de uno y otro
bando. La Curia aceptaba que había pecadores en su seno, comenzando por el
mismo papa que presidía la sala. Pero de ahí a desautorizarlos como emisarios
de Dios, queriéndoles quitar el poder que les pertenecía, había un trecho insalvable.
Esto hacía que ninguno se podría alinear con Jan Hus, que clamaba a favor de la
pobreza y vida espiritual, en contrapartida al poder y riquezas que la Iglesia
poseía. Así que el clamor no podía ser otro:
-
¡Hereje!
–gritaron des del fondo de la sala. Poco a poco, muchos otros se le unieron
-¡Hereje! ¡Quémenlo! –y esto hizo asentir al papa. El rey Segismundo remiró a
la audiencia, cada vez más embravecida. Al final, les hizo callar y habló:
-
Señor Jan
Hus, yo mismo le invité a este concilio para que explicase a esta audiencia sus
postulados sobre la pobreza de los súbditos de Dios –Hus negó con la cabeza-,
pero no puedo tolerar que cuestione la autoridad de la Iglesia, la
representante de Dios en la Tierra. Y más aún, la desapropiación que dicho poder
conlleva. –Juan XXIII asintió– Le pido
por favor que se retracte enseguida de sus acusaciones. -Jan Hus se levantó y
solemne dijo:
-
Jamás. La
vida cristiana exige pobreza en todos los sentidos, ante las riquezas y el
poder que acumulan nuestros representantes, que se ahogan en el vicio. La Curia
no es más que una lucha de poder estúpida de familias poderosas con ansias de
más poder. Lo estamos viendo en este cisma. ¿Dónde queda la espiritualidad de
la Iglesia? –preguntó a la audiencia, ofreciendo su última mirada al papa- Mi
mensaje es simple, por mucho que los consideren herético: desposesión de poder
y riquezas. Si invito a mis parroquianos a la desobediencia, ¡es para
acercarlos al reino de Dios! –gritó con vehemencia el teólogo y rector de la
Universidad de Praga, haciendo alarde de su ideología milenarista y que
posteriormente se acercaría a la taborita, que también se consideraría hereje.
Prosiguió - ¿Qué les asusta de mi discurso, señores, para considerarlo
herético? -Un rumor iba ensordeciendo su discurso. -¿Les asusta perder su poder, señores? ¿Les
asusta vivir como cristianos, señores cardenales? ¿Qué les hace diferentes al
resto de los cristianos para mantener sus privilegios a su favor? ¿Acaso no
todos somos hijos de un mismo padre? ¿Acaso fue todo el maná para Moisés? ¿O
para todo el pueblo? ¿Acaso no fue el pan y el vino repartido igualmente para
todos los discípulos? Vuelvo a reiterarme, emperador. Exijo la desposesión del poder y las riquezas
de la Iglesia, en pro del pueblo que sufre. Nos podemos permitir más corrupción
y vicio, mientras la gente casta y humilde se muera de hambre. –y le dirigió
una mirada iracunda a Juan XXIII.
-
¡Hereje!
– volvió a vociferar la audiencia. Incluso había gente que iba más lejos:-
¡Anticristo! ¡Hereje! ¡Quémenlo!
-
Si
prosigue con su discurso herético, tendré que condenarlo a la hoguera… No podré
consentir que manipule el pueblo para sus perversos fines y mucho menos que
acuse a la Iglesia de causar sufrimiento… –habló el emperador cabizbajo.
El
seis de junio de ese mismo año, Jan Hus quemó, como el mismo dijo, como
un ganso. Entre sus discípulos, que se hallaban presentes en su martirio,
destacaron los que más tarde pertenecerían a la comunidad taborita. Esta
comunidad, como Jan Hus hizo en el concilio de Constanza, proclamaba la pobreza
de la Iglesia y la desobediencia civil de los campesinos. Además, con un
profundo sentimiento milenarista, proclamó el advenimiento del milenio donde ya
jamás habría ni criados ni amos.